Miércoles, 24 de julio de 2013
Bueno, pues seguimos:
Después de nuestra primera noche
en Mongolia, tocaba madrugar para continuar lo antes posible. Nos levantamos a
las siete de la mañana dispuestos a arrancar rápidamente, ya que queríamos
llegar ese mismo día a Khovd. Era la etapa más corta, unos doscientos
kilómetros, y a priori parecía que iba a resultar bastante fácil…hasta que
miramos hacia el coche: primer pinchazo. Tuvimos que vaciar todo el maletero
para sacar una de las ruedas de repuesto y las herramientas para cambiarla. Los
mosquitos también habían madrugado y empezaron a hacer de las suyas.
Finalmente, antes de las ocho de la mañana estábamos en camino. Podrían ficharnos para cambiar ruedas en la F1.
A los pocos kilómetros llegamos a
Tolbo, un pueblo que teníamos que dejar a un lado y adentrarnos en las
montañas.
El camino se hacía cómodamente,
hasta que hubo un momento en el que no sabíamos por dónde seguir, así que
paramos a preguntar a una familia de pastores que vivía por allí. Al principio
sólo estaban el matrimonio y su hija por allí, pero de pronto aparecieron un
montón de “muchachinos”, una niña que nos quería llevar a su ger para
enseñarnos un águila, luego llegó el padre de la niña, después otro con un
águila envuelta en una manta…y había que estar pendientes de todo, ya que los
niños lo tocaban todo y no se quedaron muy conformes con unos lápices que les
dimos…
Finalmente, conseguimos
enterarnos de cómo se iba a Khovd y continuamos la marcha durante unos
kilómetros hasta llegar a un riachuelo que parecía que no iba a tener ninguna
complicación… hasta que las ruedas tocaron aquel suelo formado por arena fina y
piedras pequeñas. Resultado: el coche encajado en mitad del arroyo. Hubo que
meterse “de patitas” en el agua (congelada, por cierto) y empezar a pensar
soluciones: empujando para adelante, para atrás, tirando de una cuerda…pero
ninguna funcionaba.
De pronto, vimos acercarse una
camioneta y pensamos que ya estaba arreglado. Les pedimos ayuda y cuando se
pusieron a cruzar el río les pasó los mismo, con lo cual también les tocó
mojarse los pies.
Un señor mayor que vivía por allí,
y que había seguido la jugada bien de cerca, sin interceder, se prestó a
ayudarnos, y fue a por su 4x4, al que atamos las cuerdas que llevábamos,
logrando salir de ese océano. El 4x4 ni se inmutó.
En agradecimiento, le dimos a
este buen hombre un paquete con seis cigarrillos Marlboro que nos quedaban.
Para nosotros eso era un tesoro, pero aquel hombre cogió uno y nos quiso
devolver el paquete, a lo que nosotros nos negamos y le insistimos para que se
los quedara, y le dimos un mechero para que se encendiera uno, lo cual hizo con
cara de desgana. Luego dedujimos que no fumaba, pero por sus costumbres no
rechazan los regalos…
Tras este “incidente”, cada vez
que tuvimos que pasar un charco, lo que hicimos fue bajarnos del coche e
inspeccionar todo el terreno bien, incluso llegando a dar rodeos de más de una
hora para rodear unos lagos, ya que cada vez iba siendo más difícil encontrar
gente por aquellas zonas.
Tras todo el día conduciendo por
caminos llenos de piedras entre las montañas, llegamos por fin a Khovd. María se
pone al volante para hacer algún kilómetro más y adelantar un poco la etapa del
día siguiente. Hoy hemos hecho 350 kilómetros en una burrada de horas. Nos
quedan 1400 para Ulan Bator.
Paramos a dormir al lado de la
carretera que están haciendo, y que le quitará mucha aventura al rally dentro
de unos cuantos años, ya que llegará casi a la frontera.
Jueves, 25 de julio de 2013
Nos levantamos a las cinco de la
mañana. Tenemos mucho camino por delante, y no queremos perder tiempo.
Anoche tuvimos que cenar dentro
del coche, ya que había unos mosquitos como buitres. Montamos la tienda en un
par de segundos, aunque esta rapidez no evitó que nos frieran. Nos pareció ver
un mosquito de éstos llevando una oveja en las garras.
El mosquito en cuestión, ya sin oveja. |
Pues eso, nos levantamos
temprano, y Javi toma los mandos del cada vez menos bólido.
El chasis está un poco doblado,
de tanto golpe con las piedras, y las puertas no abren bien.
Casi no paramos en todo el día.
Avanzamos poco, y este avance se hace muy aburrido. Parece que no vamos a
llegar, y los ánimos no están muy altos.
Prometo que el último camello no
es el mismo que el primero. Por si alguno ha sentido pena.
Es la etapa más dura
emocionalmente.
El camino que nos encontramos
durante todo el día es muy duro, y el coche empieza a tener síntomas raros.
Se enciende el chivato del
control de estabilidad. Le hemos dado tantos golpes a los bajos del coche, que
las protecciones de este sensor se han arrancado, y los golpes han seguido
dando directamente en él.
Cuando decidimos bajar a ver qué
pasaba, los cables están bastante machacados. Nada que no arregle Jose con un
buen rollo de cinta aislante roja del chino.
Seguimos por una carretera
inacabada, a 35 km/h,
traqueteando por las marcas que las máquinas de las obras han creado en la
tierra, durante un montón de kilómetros. Además, tenemos que cruzar varios ríos
que habían pasado incluso por encima de la carretera.
Una vez que damos un golpe fuerte
al coche, notamos que algo va rozando. Aparte de una chapa protectora, Jose
descubre que se ha roto la correa del ventilador.
Jose cuenta al equipo que es
posible que esta correa, aparte del ventilador y el aire acondicionado, mueva
el alternador. Si esto no es así, no pasará nada, pero, en caso afirmativo,
puede que nos quedemos sin batería, ya que ésta, sin esta correa, no puede
recargarse.
Además, estamos casi sin
gasolina, y esto colma la gota de nuestra desesperación. Javi quiere echar de
los bidones, y Jose no quiere parar.
Estalla la tercera guerra
mundial, dentro de un pequeño coche.
Después de decirse Jose y Javi de
todo menos bonito, decidimos continuar con la esperanza de que la correa no
mueva el alternador. Quedan unos cuarenta kilómetros para Altai. Javi
conduciendo, y Jose atrás. No se hablan.
Con el orgullo por bandera, Javi
sigue conduciendo, y Jose no dice nada. Los chivatos del ABS, del control de
tracción, del control de estabilidad, y del airbag, se van encendiendo paulatinamente.
Después, se enciende el de la batería. Maldita correa.
Llegamos a Altai, y paramos en el
primer aparcamiento que vemos. Ya no va ni la dirección asistida, y la batería
entra en coma justo cuando estamos aparcando.
Dios dejó caer este taller a diez
metros de nosotros, y, tras un rato, y con un poco de ayuda del mecánico,
conseguimos poner la correa nueva.
Jose y Javi siguen sin hablarse,
aunque cooperan y se ayudan en favor del equipo. Sólo hablan cuando hay que
arreglar algo. Parte del cubrecárter se suelta, y tenemos que parar a los pocos
kilómetros a poner nuevos tornillos.
Así seguimos hasta la noche. Javi
no para de conducir, y no se oye ni una mosca en el coche. María, ya cansada de
estos dos, dice que paren el coche, que hasta que no se arregle no se arranca
de nuevo.
Dos horas después seguimos igual,
aunque por lo menos ya estamos hablando, no gritando.
Los orgullosos animales poco a
poco van bajando las orejas, y las aguas van volviendo a su cauce. Alguna
broma con María como objetivo empieza a romper el hielo, y un rato más
adelante, ya casi estamos como al principio.
Son ya las dos de la mañana, y
Jose se anima a darle el relevo a Javi.
Seguimos un par de horas. Se ha
rebajado la tensión y ya estamos bien. Parece que necesitábamos decirnos
algunas cosas.
Ahora son otras aguas, las del
cauce de un río desbordado, las que se colocan delante de nosotros. Allí hay
dos gers (las tiendas de los nómadas), y salen varios tipos a decirnos que por 10.000 tugris nos pasan al otro lado, remolcándonos con un tractor. Contestamos que no, que vamos a buscar un puente. Se ríen. Después
de dar varias vueltas buscando la manera de pasar el río por otros sitios, volvemos a preguntarles. Ya son 20.000 tugris. Regateamos un poco el precio y al final nos ayudan a pasar por
15.000 tugris. Sin el tractor hubiera sido imposible, ya que el agua llega
hasta la luna delantera del coche. Os ponemos unos vídeos del momento:
Después de esta nueva
experiencia, de la que Javi aún no se ha recuperado, seguimos avanzando durante un rato más, y a las cuatro de la
mañana decidimos parar a descansar un poco, para continuar sobre las ocho de la
mañana del viernes y hacer el asalto final a Ulan Bator…
Continuará…